Los mismos principios rigieron la conducta de Azaña cuando reunió a los ministros para dilucidar sobre la actitudes a adoptar frente a quién encumbrar a la Jefatura del Estado. En cuanto a la composición del futuro gobierno, había que optar entre mantener la colaboración de republicanos y socialistas o formar un gobierno de pura concentración republicana. Esta decisión si la consultó Alcalá Zamora con las diferentes minorías parlamentarias. Primó el mandato de los ministros y Alcalá Zamora juró su cargo.
Cuando Manuel Azaña anunció su composición se vio que el partido radical abandonaba su colaboración. El debate parlamentario para recabar la confianza de la cámara fue casi un monólogo de Azaña, quien quiso dejar bien explicada la tramitación de aquella crisis, así como las razones que le habían llevado a optar por el mantenimiento de la colaboración con los socialistas, también dejó claro el contenido sustancial del cambio. Ahora existía no una coalición, sino, una mayoría constante que sostenía un gobierno rigurosamente parlamentario. Por primera vez también habría una oposición. Si la mayoría gubernamental tenía responsabilidades, tantas o más tendría la oposición, porque, de deribar al gobierno, se vería obligada a gobernar al día siguiente.
La proposición de confianza fue firmada y defendida por el socialista Teodomiro Menéndez, quien se apresuró a señalar el voto favorable de su minoría. Sólo cuando las Cortes aprobaran las mal llamadas leyes complementarias llegaría el momento en que cada partido desplegara sus banderas y programas; mientras tanto, el partido socialista seguiría sacrificandose para tapar la brecha que acababa de abrirse en el bloque republicano.
Desde 1931 hasta su disolución dos años más tarde, Azaña era fruto del parlamento y no tuvo competidor posible en aquellas Cortes. Despertó los más grandes entusiasmos y disfrutó de la mayoría más adicta; nunca perdió una votación, aunque cada vez fueron más los que procuraron no estar presentes cuando llegaba la hora de la confianza (en la presentación del gobierno en junio de 1933 fueron 188 votos afirmativos los que cosechó).
El juego parlamentario tenía sus normas, y un gobierno no podía caer por el empeño de un partido de la oposición dijo Azaña tras perder 106 votos. No podía dimitir ante la amenaza; él se sentaría allí, tranquilo, dispuesto a perder el tiempo; la responsabilidad recaería sobre quien habia provocado la paralización de la cámara.
Cuando Manuel Azaña anunció su composición se vio que el partido radical abandonaba su colaboración. El debate parlamentario para recabar la confianza de la cámara fue casi un monólogo de Azaña, quien quiso dejar bien explicada la tramitación de aquella crisis, así como las razones que le habían llevado a optar por el mantenimiento de la colaboración con los socialistas, también dejó claro el contenido sustancial del cambio. Ahora existía no una coalición, sino, una mayoría constante que sostenía un gobierno rigurosamente parlamentario. Por primera vez también habría una oposición. Si la mayoría gubernamental tenía responsabilidades, tantas o más tendría la oposición, porque, de deribar al gobierno, se vería obligada a gobernar al día siguiente.
La proposición de confianza fue firmada y defendida por el socialista Teodomiro Menéndez, quien se apresuró a señalar el voto favorable de su minoría. Sólo cuando las Cortes aprobaran las mal llamadas leyes complementarias llegaría el momento en que cada partido desplegara sus banderas y programas; mientras tanto, el partido socialista seguiría sacrificandose para tapar la brecha que acababa de abrirse en el bloque republicano.
Desde 1931 hasta su disolución dos años más tarde, Azaña era fruto del parlamento y no tuvo competidor posible en aquellas Cortes. Despertó los más grandes entusiasmos y disfrutó de la mayoría más adicta; nunca perdió una votación, aunque cada vez fueron más los que procuraron no estar presentes cuando llegaba la hora de la confianza (en la presentación del gobierno en junio de 1933 fueron 188 votos afirmativos los que cosechó).
El juego parlamentario tenía sus normas, y un gobierno no podía caer por el empeño de un partido de la oposición dijo Azaña tras perder 106 votos. No podía dimitir ante la amenaza; él se sentaría allí, tranquilo, dispuesto a perder el tiempo; la responsabilidad recaería sobre quien habia provocado la paralización de la cámara.
Fuentes: Política en la II República, Mercedes Cabrera Calvo-Sotelo
Diario ABC
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