Una frontera es un confín de un Estado, así es como lo
recoge la Real Academia Española. Un Estado, según Cicerón, es una multitud de
hombres ligados por la comunidad del derecho y de la utilidad para un bienestar
común; mientras que para Kant era una variedad de hombres bajo leyes jurídicas,
para Lasalle era la gran asociación de las clases pobres; y para Marx era un
reino de la fuerza, de interés parcial cuyo objetivo era el bienestar de los
que detentaban el poder. Y es que definir algo tan abstracto como un Estado no
es tarea fácil, sin embargo, tomaremos que un Estado es un país soberano, que
está reconocido internacionalmente, a pesar de las posibles disputas sobre la
legitimidad del mismo, asentado sobre un territorio determinado y dotado de
órganos de gobierno propios.
También tomaremos en cuenta que un Estado no es indivisible, y que hay algunos que fluctúan. El caso más cercano es el conflicto catalán, que hablan de una confederación catalano-aragonesa y que piensan que la independencia de Cataluña sería lo mejor para su economía y estabilidad. Otro ejemplo sería el palestino-israelí que, tras la Segunda Guerra Mundial, los palestinos requieren su territorio, mientras que los israelíes, a coste de sangre, van ganando el territorio con ayuda de países occidentales. Por último, se puede ver la fragilidad de un Estado en el continente africano: el país más joven es Sudán del Sur, con apenas una década de longevidad, el cual está atravesando una dura Guerra Civil que ha costado la vida de al menos 500 personas, y que aún sigue atravesando desde el año 2013.
Se entiende que la formación de los Estados es
estrictamente necesaria para una mejor organización del territorio, sin
embargo, podemos encontrar países como la Ciudad del Vaticano con 800
habitantes o Tuvalu, un país que forma parte de la Polinesia, con 11.000
habitantes; o con 1.380.996.000 habitantes, como es el caso de China, e India,
con 1.331.793.000 habitantes, que en su suma, forman más del 35% de la
población total del planeta. ¿A qué se debe este reparto tan desigual?
Tendríamos que coger nuestros manuales de historia y encontraremos alguna
explicación, como los casos del reparto de África durante el siglo XIX, donde
nos percatamos que las fronteras están delimitadas por líneas rectas; y aún más
importante, ¿por qué tienen fronteras? ¿para qué sirven las fronteras? Algunos
argumentos se centran en la economía, pues mediante la implantación de
fronteras puede ayudar a evitar una competencia extranjera en el propio país y
así facilitar la venta de los productos locales. Otros se escudan en la
diferenciación de culturas, y que éstas no podrían convivir juntas; un
“supuesto” ejemplo se encuentra en Yemen o Siria, remarcando las comillas en
supuesto, puesto que no está muy claro si los conflictos son realmente a la diferenciación
de religión entre su población, y por consecuente, su cultura, o realmente hay
detrás un interés económico por la zona estratégica de Siria o por la riqueza
de yacimientos petrolíferos en Yemen. De cualquier modo, es cierto que nos
identificamos más con una cultura como la nuestra que una distinta, pues es a
lo que estamos acostumbrados y podemos estar más cómodos. Otro argumento sería
la facilidad de organización, pero ¿cómo organizamos a tantas millones de
personas? En España encontramos una división de Comunidades Autónomas, que se
forman gracias a las provincias, las cuales constan de localidades. De esta
forma, podríamos organizar la población.
Pero, ¿qué pasaría si estas separaciones no existiesen?
¿Qué pasaría si las pequeñas localidades no estuvieran subordinadas a un Estado
que las organizan? ¿Qué pasaría si un Estado como el español no buscase una
alianza entre una unión de países? ¿Qué pasaría si se suprimiesen los
aranceles? ¿Y si las culturas no estuvieran separadas por un cartel o por un
documento de identidad que atestigüe tu procedencia?
Es cierto que al haber una unificación mundial o quizá una
simple inexistencia de fronteras, la economía cambiaria porque podrían darse
sistemas utópicos que funcionarían en pequeñas agrupaciones de población; se
podría aumentar la eficacia de la producción por un uso de lugares óptimos para
cada producto y una mayor especialización en cada sector; la desaparición de
las tasas por exportación-importación a las que somete el Estado y la mano de obra
que estas requieren se suprimirían, ofreciendo así un aumento de población
disponible para el desarrollo del sistema, desapareciendo los trabajos
artificiales, realmente innecesarios; al haber un sistema mundial parecido, las
empresas desaparecerían, pues se verían acorraladas y acatarían las normas del
beneficio común, sin tener a su disposición sus paraísos de mano de obra barata
localizados en Asia. Esto podría provocar una abolición de los negocios
piramidales.
Llegados a un punto de unión mundial, se cuestionaría el
caso de haber conflictos bélicos entre países por el monopolio petrolífero, ya
que no se especularía con el precio del mismo y se podría tener un uso mundial,
pagando el precio que vale y no el que se impone por la oferta y la demanda. Se
facilitaría la unión de colectivos discriminados como el de la mujer y LGTB
entre otros, dando lugar a una organización más fácil, consiguiendo así una
mayor eficacia en sus movimientos gracias a la comunicación local. Se podrían
centrar en cuestiones verdaderamente importantes, como la malaria, la
malnutrición y la contaminación. Todo esto siguiendo una lógica de algo común,
pues si todos pertenecemos al mismo “Estado” o nadie pertenece a ninguno, ¿por
qué tirarnos piedras a nuestro propio tejado?
A mi parecer, unas sociedades organizadas en una escala
mucho menor facilitarían la lucha contra el apoliticismo, una de las mayores
enfermedades de la sociedad y que parece que no tiene cura, la despreocupación
hacia la política que es causada y conlleva a la manipulación. Como cité
algunas palabras de Marx anteriormente, esto produce un beneficio por la
aristocracia que podría ser combatido con la simple participación del pueblo.
Se podría hacer con temas de interés local, que parezcan atractivos para la población,
de forma asamblearia, en la que sea necesaria la intervención de cada uno de
los asistentes.
Además de las fronteras precisamente reconocidas entre
países, existen fronteras que no están constatadas formalmente, fronteras que
están en nuestra mente y que, aunque nos perjudica especialmente a los
españoles, pues nos dirigimos a una población envejecida, nos cuesta superar,
es el caso del racismo. Algunos argumentos no-intervencionistas afirman que una
intervención en el continente africano sería un acto erróneo, de violación
cultural, de no tener el derecho de decidir como ellos son felices, aunque
sinceramente, ¿estaríamos interviniendo en la forma de vivir de un ciudadano
congoleño si le suministramos medicamentos, alimentos o tecnología para la potabilización
del agua? Ellos responden que los estamos subordinando, que de esta manera
nunca lograrán una independencia real, de una inexistencia de la necesidad de
suministros provenientes de otros lugares.
Es bien conocido por los historiadores que la historia no
comienza a la vez en cada punto del mundo, es decir, la invención de la
escritura no existió a la vez en Mesopotamia y en Egipto, por lo tanto, estamos
hablando de que las edades varían. Esto, derivándolo a la actualidad, se podría
interpretar que en África se vive actualmente una Edad Media europea, teniendo
en cuenta que en nuestra Edad Media no se pudieron dar brotes tan izquierdistas
como lo fueron en Burkina Faso con Thomas Sankara y sus avances en los derechos
de la mujer africana. Nos es evidente que no es necesario pasar por
determinados estadios y seguir un desarrollo histórico unilineal, y que, por lo
tanto, África precisa de una inyección tecnológica que posibilite una mayor
eficacia productiva, la cual es necesaria, no para romper su cultura, sino para
construir una cultura común “esperantina”, rompiendo todas las culturas y
mejorando el sistema productivo.
Un ejemplo bien claro sería el arroz: el arroz se precisa
en todo el mundo, sin embargo, no es posible realizar una cosecha que resulte
productiva para el agricultor en cualquier zona. En este caso, la producción de
arroz se centraría en zonas húmedas, llanas y de gran extensión, lo que
produciría una gran cosecha de arroz y se podría exportar a todo el mundo,
incluyendo a zonas las zonas desérticas del Ecuador. Otro ejemplo más cercano
es el de los trasvases de los ríos españoles a las zonas de Murcia o Almería,
las cuales gozan de una agricultura digna de admiración gracias a los
suministros que obtienen, sin embargo, creo que es más optima la
especialización de esa zona a otro tipo de manufacturas, puesto que la
movilización de esa agua es innecesario y se podría suprimir, ya que las
tierras que lindan con los ríos son fértiles.
A pesar de todo esto, Naciones Unidas o la UE intentan
tomar medidas que parecen no funcionar y que simplemente se limitan a posponer.
Como he dejado entrever anteriormente, yo creo que el pueblo tiene más que
aportar, luchando contra el apoliticismo, informándose, para así poderse
despojar de cualquier prejuicio, tener la mente más abierta, tolerar una
especialización, sin importar nuestros intereses personales, nuestro bienestar.
Defendiendo de esta manera nuestros valores que decimos tener y debemos
defender, una lucha contra la desigualdad, y luchando de esta manera con todo
el que atenta contra la igualdad.
Aportación cedida a Filosofía en la Calle

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